En esta
tercera parte de “la belleza de las fotografías macabras”, la domina en su
totalidad la famosa Francesca Woodman. Las influencias artísticas y visuales le
recorrieron las venas desde pequeña. Comenzó a interesarse por la fotografía
muy pronto; las imágenes se convirtieron en su forma de vivir y de pensar. El
blanco y negro tan característico de sus trabajos y los desnudos, otorgan a sus
imágenes esa peculiaridad tan singular que nadie más ha podido conseguir.
La imaginación y el fuerte surrealismo de sus
instantáneas poseen algo de misterioso e inquietante. Los cuerpos que presenta
se confunden y se hacen uno con el papel de las paredes. La figura femenina
como elemento clave; fotografías que distorsionan la realidad.
Simon Marsden también funciona con el efecto
lúgubre de las fotografías de blanco y negro. Los lugares inhóspitos,
abandonados y solitarios son los que atraen a este artista. Los fuertes
contrastes de luz provocados por sus cielos apocalípticos generan esa sensación
de la inmensidad deshabitada. Las ruinas iluminadas por misteriosos halos de
luz que escapan de entre las nubes. Un goticismo renovado se adueña de sus espacios
elegidos premeditadamente; un aura especial envuelve esos ambientes. Como si de
un película de terror de serie B hubiesen sido extraídas; las imágenes de sus
escenarios no pasan desapercibidas para nadie.
Talat Darvinoglu, la ausencia de los rostros de
sus retratados son el elemento esencial de sus fotografías. Esa intriga de la
no-identidad genera esa repulsión hacia lo desconocido. Inquietantes y
surrealistas, los sepias y los blancos de sus imágenes desprenden el olor
rancio de las fotografías antiguas que se esconden en los desvanes. Sus
trabajos me penetran tanto espanto y horror como aquellas estampas de retratos
de antaño es las cuales los fotografiados se asemejaban a muñecos de porcelana;
en total contraposición, la falta de esa personalidad me provoca más terror que
la presencia de ese rostro.
Por Jennifer Custodio.
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