viernes, 27 de diciembre de 2013

La belleza de las fotografías macabras. Tercera parte






En esta tercera parte de “la belleza de las fotografías macabras”, la domina en su totalidad la famosa Francesca Woodman. Las influencias artísticas y visuales le recorrieron las venas desde pequeña. Comenzó a interesarse por la fotografía muy pronto; las imágenes se convirtieron en su forma de vivir y de pensar. El blanco y negro tan característico de sus trabajos y los desnudos, otorgan a sus imágenes esa peculiaridad tan singular que nadie más ha podido conseguir.



La imaginación y el fuerte surrealismo de sus instantáneas poseen algo de misterioso e inquietante. Los cuerpos que presenta se confunden y se hacen uno con el papel de las paredes. La figura femenina como elemento clave; fotografías que distorsionan la realidad.









Simon Marsden también funciona con el efecto lúgubre de las fotografías de blanco y negro. Los lugares inhóspitos, abandonados y solitarios son los que atraen a este artista. Los fuertes contrastes de luz provocados por sus cielos apocalípticos generan esa sensación de la inmensidad deshabitada. Las ruinas iluminadas por misteriosos halos de luz que escapan de entre las nubes. Un goticismo renovado se adueña de sus espacios elegidos premeditadamente; un aura especial envuelve esos ambientes. Como si de un película de terror de serie B hubiesen sido extraídas; las imágenes de sus escenarios no pasan desapercibidas para nadie.










Talat Darvinoglu, la ausencia de los rostros de sus retratados son el elemento esencial de sus fotografías. Esa intriga de la no-identidad genera esa repulsión hacia lo desconocido. Inquietantes y surrealistas, los sepias y los blancos de sus imágenes desprenden el olor rancio de las fotografías antiguas que se esconden en los desvanes. Sus trabajos me penetran tanto espanto y horror como aquellas estampas de retratos de antaño es las cuales los fotografiados se asemejaban a muñecos de porcelana; en total contraposición, la falta de esa personalidad me provoca más terror que la presencia de ese rostro.













Por Jennifer Custodio.




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